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El conserje murió cumpliendo su deber
El asesinato de Antonio Ignacio, un portero de la colonia Roma, desnuda el 'modus operandi' de la mafia de los franeleros.
Agencia Reforma  / Samuel Adam
Cd. de México (2 noviembre 2014).- 12:00 AM
"No te metas conmigo. Yo ya estuve en la cárcel y no me da miedo regresar".

Las amenazas de los franeleros eran cada vez más frecuentes. Antonio, el portero de un edificio de la calle Chihuahua, en la colonia Roma, los había cuestionado más de una vez al ver autos estacionados a la entrada de las cocheras que custodiaba.

Ignoraban las peticiones. Al contrario, lo insultaban. Destruían lo que pusiera para evitar que se estacionaran. Lo encaraban.

Los vecinos se dieron cuenta, hace unos meses, de que él le daba la vuelta a la calle para no toparse con el grupo de hombres de entre 30 y 40 años que "cuidaban" los autos. El conflicto, sin embargo, llevaba casi un año.

La madrugada del lunes 13 de octubre, cuando salía de su hogar rumbo a su trabajo, las amenazas se cumplieron. Los golpes que le dieron antes de que una patrulla o ambulancia lo asistiera lo dejaron en coma y, una semana después, acabaron con su vida.

Ante la fallida regulación de franeleros y valets parking en la vía pública aun con la presencia de parquímetros, las calles y avenidas del corredor Roma-Condesa viven tomadas por grupos que controlan la afluencia de asistentes a los más de 500 establecimientos mercantiles de la zona. Son grupos a los que se ha denominado "los dueños de la calle" y hoy, entre ellos, la Procuraduría General de Justicia del DF busca a los asesinos de Antonio.

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Durante 13 años, Toño fue el filtro entre el exterior y la intimidad de los vecinos del edificio, que sólo sabían su primer nombre.

Primero, como obrero para la remodelación del inmueble. Cuando la arquitectura del Art Nouveau y Art Déco de finales del porfiriato en la Roma no resistió el paso del tiempo, Antonio formó parte de su refundación, literalmente, desde sus cimientos.

La confianza que inspiraba su saludo a los primeros compradores del nuevo edificio, que cuidaba hasta que fuera totalmente ocupado, le bastó para quedarse a trabajar hasta su muerte.

Al principio, su tarea era abrir y cerrar la puerta; esporádicamente, ayudar con la bolsa a la vecina de arriba; barrer y trapear las escaleras, los pasillos; limpiar los barandales.

"A las cuatro y media o cinco de la mañana tú ya oías el ruido de la escoba, porque le gustaba trabajar temprano", comenta un vecino con el que convivió por más de 10 años.

Después, creció la confianza al portero, igual que las responsabilidades: cobrar las cuotas del agua, luz, gas; comprar pintura para la pared, buscar la tubería nueva del boiler, cambiar el vidrio de la ventana rota... hasta cuidar de los niños mientras su mamá iba al mandado o cuando su padre se iba a trabajar.

"Hasta la fecha, él tenía mi llave", comenta un joven del último piso. "Era una persona a quien yo podía confiarle a mi esposa y a mis hijos".

Aún permanece el único interfono que en vez de números lleva una palabra: "conserje".

Su esposa también se ganó la confianza en el edificio. Cada martes y jueves o viernes, cuando se cargaba de trabajo limpiaba el departamento de algunos residentes, estuvieran o no, para ayudar a Antonio con los gastos de su familia.

Originarios de Zihuateutla, en la Sierra Norte de Puebla, Antonio y su esposa eran parte de los 244 mil 33 hablantes de totonaco en el país, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Como muchos indígenas, tuvieron que migrar al Distrito Federal en busca de un trabajo.

Desde hace 14 años, vivían a dos cuadras del trabajo de Antonio; en un pequeño departamento del edificio donde su esposa también desempeñaba el rol de conserje por mil pesos al mes.

Toño, además, tenía que pintar los cuartos cada que eran desocupados. Cambiaba focos, arreglaba desperfectos y diariamente sacaba la basura de madrugada, antes de cruzar las calles en las que apenas dos horas antes había bares abiertos y gente celebrando.

Tomaba café en la madrugada antes de ir a cuidar su edificio. Al mediodía, regresaba a su hogar a desayunar y volvía al trabajo; a la hora de la comida iba otra vez con su esposa, y por la noche iba a cenar. Regresaba un rato al trabajo y, cerca de la medianoche, se iba a dormir con su esposa y sus dos hijas.

En total, iba y regresaba de edificio a edificio cuatro veces cada día.

Su rutina cambió hace dos años: dejó de salir de su casa después de la cena para cuidar a un niño que, junto con su esposa, decidió adoptar.

Hace año y medio, uno de los vecinos le aconsejó a Antonio contratar un paquete básico de Internet para la educación de sus hijas. Sin conocer de tecnología, a Toño lo engañaron en la tienda al venderle una computadora con Windows 95 que tuvo que remplazar para que su familia estuviera conectada.

Poco tiempo después, Antonio confió en un hombre que le ofreció un programa de vivienda. Después de recibir 16 mil pesos para el nuevo hogar, el hombre desapareció.

La timidez e ingenuidad que caracterizaban a Antonio también forman parte de la personalidad de su esposa. Le ha costado hablar ante las autoridades y pedir apoyo para su familia. Fuera de su compadre y de los vecinos del trabajo de Antonio, está sola. Sin embargo, quiere quedarse en la ciudad en la que crecieron sus hijas.

Luego del asesinato de su esposo, la dueña del edificio donde habita le ofreció quedarse y aumentar su sueldo de mil a 3 mil pesos mensuales a cambio de realizar el trabajo que hacía Toño.

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Con el boom del corredor Roma-Condesa, la llegada de población flotante en la zona creció exponencialmente, y con ello, los valets parking y franeleros que custodian los autos de los comensales.

Ante el desorden de contratos con estacionamientos en la zona y la apropiación de las calles por los franeleros, el jefe delegacional en Cuauhtémoc, Alejandro Fernández, puso en marcha el proyecto de parquímetros, que fue rechazado por una gran parte de vecinos de la demarcación.

Distintas protestas obligaron a una consulta ciudadana a principios de 2013, donde cinco de los nueve sectores de la zona dijeron no a los parquímetros. El sector Roma Norte III, donde Antonio trabajaba y vivía, fue uno de ellos.

Se dio entonces el efecto "cucaracha": muchos franeleros abandonaron las cuatro zonas donde se instalaron parquímetros y colonizaron los sectores sin parquímetros con piedras, cubetas y botes. Además, comenzaron a controlar los tiempos y espacios en la zona de parquímetros.

Eva Morales y Mario Rodríguez, miembros del Comité Ciudadano de Roma Norte III, han recibido quejas de residentes que han sido intimidados por franeleros. Incluso, hay quien ha dicho que le han mostrado una pistola cuando se niegan a pagar altos costos por estacionarse. Los vecinos han querido confrontarlos, pero no se atreven porque saben dónde viven.

"En mi edificio se han metido cuatro veces en dos años. Yo salía un día (a la semana) cuatro horas, y ese día que salí se metieron. A los otros vecinos se les metieron a la hora que salen a comer. Ellos te ven, saben quién eres, en qué departamento vives, cuántos son y qué relación tienen", comenta Eva.

Vecinos de la zona acusan a policías de "echar aguas" a los automovilistas o valets parking que se estacionan en las entradas de los edificios, regresar a las grúas cuando van a levantar un auto, dar "pitazo" a los franeleros cuando hay operativo y no aparecer cuando hay peleas entre ellos mismos.

El grupo de "viene-vienes" que controlaba la calle de Chihuahua, entre Córdova y Jalapa, comenzó a confrontar a Antonio cuando pedía no dejar los autos en la entrada.

Cada uno cobraba de 40 a 60 pesos por auto.

En las noches, los cuatro o cinco franeleros que dominaban esa zona bebían alcohol con grupos que controlan otras calles de la Roma.

Dormían en tres vehículos estacionados en la calle, según identificaron los vecinos: una camioneta Ford Explorer café con placas UZH-5767 de San Luis Potosí, un Phantom rojo con placas 840-XHX y otro vehículo con placas JFA-9609 de Jalisco, que ya fueron retirados del lugar.


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A principios de este año, ante la insistencia de los franeleros por subir los autos a la banqueta, el portero construyó jardineras de cemento para obstaculizarlos. En una de ellas, sembró una planta de chayotes que, en un claro mensaje, un día amaneció destruida cuando apenas daba fruto.

En una ocasión, Antonio dejó un bote de pintura afuera del edificio. Minutos después, el bote ya estaba apartando un lugar para estacionarse.

Ante la petición de Toño de regresar el recipiente a su lugar, el franelero lo amenazó. Presumió su expediente en la cárcel, advirtió que no estaba solo y que no le convenía meterse con él.

El grupo completo, de cuatro a cinco franeleros, comenzó a seguirlo e insultarlo cuando cruzaba la calle. Lo encaraban e invitaban a peleas que él evitó. Prefería rodear la calle para no verlos.

Nunca lo notificó a alguna autoridad o al edificio donde trabajaba. Sólo su esposa y su compadre, a quien conocía desde que llegó a la Roma, sabían de la situación.

El lunes 13 de octubre, a las 4:30 horas, Toño salía del edificio donde vivía con su familia rumbo a su trabajo, cuando un grupo de hombres lo empujó al interior y comenzó a golpearlo con una varilla y un triángulo de acero.

En la refriega, le rompieron un brazo, le tiraron casi todos los dientes, le rompieron la nariz y le clavaron la varilla en el ojo derecho atravesando el cráneo.

La extensa descripción del perito médico forense contenida en la indagatoria FCH/CUH-7/T1/03459/14-10R3 señala: "laceración del globo ocular derecho... herida suturada que va de región temporal a región temporal contralateral pasando por parietales, que mide veintiocho centímetros". Esa lesión provocó su muerte una semana después, la noche del martes 21 de octubre.

Cuando su esposa escuchó gritos de auxilio, bajó del edificio y encontró a Antonio tirado, solo. Le habló a un vecino y le dijo: "hirieron a Antonio". Minutos después llegó la policía. Los agresores ya no estaban.

"Fue 'El Flaco'", alcanzó a decir Antonio a un policía antes de quedar inconsciente y ser llevado por una ambulancia a la Cruz Roja de Polanco.

Un patrullero que asistió al lugar de los hechos vio a tres personas huir, cada uno en distinta dirección. Siguió al que escapó por Álvaro Obregón, pero no lo alcanzó.

Los policías no tomaron muestras del patio donde fue golpeado Antonio en ese momento, y regresaron por los fierros usados como armas hasta el domingo 19 de octubre. Para entonces, la lluvia ya había limpiado la sangre del agredido.

La esposa de Toño no pudo ir a levantar una denuncia a la delegación ante el estado de gravedad en el que se encontraba éste.


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Los residentes del edificio presionaron a las autoridades para que se hiciera justicia. Amenazaron con parar la avenida Álvaro Obregón en protesta por la golpiza a Antonio.

El viernes 17 de octubre, la PGJDF detuvo a "El Flaco" cerca del lugar de los hechos. Cuando un policía lo señaló como el responsable, el detenido culpó a Antonio de aventarle un automóvil mientras estaba borracho.

Sin embargo, Antonio no sabía manejar y tampoco tomaba.

"El Flaco" dio un primer nombre falso ante las autoridades y, cuando al fin tuvo que dar a conocer su verdadero nombre, se reveló un extenso expediente de antecedentes criminales.

El mismo día de la detención, se realizó un operativo en el corredor Roma-Condesa, donde se detuvo a 35 franeleros con la implementación de un Juzgado Cívico Itinerante, ya que el sector no cuenta con un Juzgado Cívico propio.

El miércoles 22, tras la muerte de Antonio en la Cruz Roja de Polanco, la indagatoria por lesiones cambió a homicidio, y la molestia de los vecinos aumentó.

Una semana después, en una reunión celebrada en la Universidad de Londres, en la colonia Roma, los vecinos reclamaron a las autoridades de la delegación que los detenidos regresaron días después a controlar las calles. En la reunión también comentaron casos de franeleros en las zonas con parquímetros, donde controlan los pagos.

La esposa de Antonio no se ha careado con "El Flaco", presunto homicida de su esposo. A quienes sigue viendo es a dos franeleros del grupo que hostigaba a su esposo en la calle donde él evitaba pasar y ahora evita ella también.

Antonio Ignacio Sánchez fue sepultado el jueves 23 de octubre en Zihuateutla, su tierra. Horas después, su esposa tuvo que viajar 200 kilómetros de regreso hasta la delegación para rendir declaración de los hechos.

Los vecinos del edificio donde llegó como obrero prestaron dinero para el traslado y el entierro, y le brindaron un abogado a su esposa para encargarse del caso.

Las autoridades han prometido incorporarla a programas sociales en distintas instituciones, pero hasta ahora no hay nada formal.

En el edificio de la calle de Chihuahua, se busca a un hombre que abra y cierre la puerta y que, con la calidez de Antonio, despida a sus habitantes con un "buenos días".